martes, 18 de marzo de 2008

GRICEL


Es casi de noche. Gricel está sentada sobre la cama. Está desnuda. Escucha los ruidos que provienen del baño. En unos minutos él saldrá y se meterá en la cama con ella, entonces su piel inmaculada quedará impregnada de olor a hormonas y perfume barato, y Gricel se pregunta si realmente era eso lo que quería. Ahora la habitación le parece vacía y lejana, aunque la asfixia y la opresión persisten dentro de sí. Por la ventana se ve la ciudad como un monstruoso océano de luces con apenas unas pocas islas de oscuridad. El viento helado endurece sus pezones, y piensa en lo que le dijeron sus amigas y en lo que ella les dirá mañana, porque al mirar a su alrededor se da cuenta de que no es como creyó que sería. Hay algo en el aire, todas esas pequeñas y extrañas partículas de incertidumbre que pronto, cuando todo comience, se desvanecerán en un torbellino de desesperación silenciosa.

El muchacho, que se llama Martín, sale del baño. Está desnudo. Ella le pide que apague la luz y él accede. Él se acuesta a su lado y se tapa con la sábana, pero su pene permanece empinado debajo en una indisimulable erección. Ambos cuerpos yacen en la oscuridad sin tocarse y con los ojos abiertos, hasta que Martín extiende su mano hacia una de las tetas de Gricel y comienza a acariciarla, dibujando pequeños círculos sobre la aureola del pezón. Luego acerca su cabeza a la de la joven y la besa en la boca, presionando sobre los labios y metiéndole la lengua hasta la garganta y cambiando continuamente de posición su cuerpo, primero arriba, después al costado; como si no encontrase una posición lo suficientemente cómoda para consumar ese preámbulo espástico. Ella permanece quieta e intenta que los besos sean más suaves. Eventualmente lo logra y eso la excita un poco, pero los bruscos movimientos de ambos hacen que su cabeza golpee contra el respaldo de la cama, por lo que intenta reacomodarse, sin darse cuenta de que el brazo de Martín está apoyado sobre su larga cabellera. El tirón la hace emitir un pequeño gruñido de dolor que su amante confunde con un gemido de placer, y ésto lo motiva a moverse más rápida y violentamente, haciendo que la cabeza de la joven impacte de lleno contra el respaldo en reiteradas oportunidades.

En la mirada de Gricel hay un dejo de resignación que, perdido en la oscuridad, nadie verá. El cuerpo de Martín está sobre el suyo, respirando entrecortada y aceleradamente en su oído, mas las voces en su propia cabeza es todo lo que escucha. Aún no se la metió, y ella espera que lo haga y que termine lo más rápido posible. Chupame le pide él, casi en un susurro. Sin ser totalmente conciente de lo que está haciendo, Gricel se arrodilla sobre la cama a la altura del pene de Martín, que yace con la vista en el techo. El pene del muchacho, que ya no está tan erecto como al principio, mide unos diecéis centímetros de largo por cuatro de ancho. Gricel se lo mete en la boca. Sabe mal pero no importa, con tal de que apure el trámite. Comienza a lamer suávemente con un poco de asco mientras lo sostiene con su mano derecha. Ya ni me importa si me acaba en la boca, piensa, mientras la punta de su lengua recorre el borde del prepucio. Más fuerte, le indica él. Ella obedece. Dejame ir arriba, ordena él con algo de indecisión. Ella se tumba sobre la cama.

Martín tarda en abrir el envoltorio plástico del profiláctico. Finalmente lo logra usando sus dientes. Sus manos tiemblan. Se lo pone del lado del revés, luego del lado correcto. La vagina de Gricel está casi seca. El primer intento de meterla es infructuoso. Se sale antes de entrar. No está apuntando bien. Ella le ayuda a acomodarlo. Él empuja con todo su cuerpo y el pene semi erecto entra sin llegar al fondo. Luego empuja más y logra endurecerlo. En ningún momento se miran a los ojos. Despacio que me duele, pide ella. Ahora sí. De nuevo la respiración entrecortada, esta vez de ambos, y no hay revelación alguna, demasiado tarde. Pronto habrá terminado. Los oscuros pezones de Gricel ya están blandos y apenas sobresalen por más que Martín siga lamiéndolos; y él mismo siente que no llega, y trata de relajar los músculos del culo pero no lo logra. Está exhausto y bañado en transpiración. Se va a salir en cualquier momento. Está nervioso. Tampoco resultó como él esperaba. Finalmente resbala y se sale. Está avergonzado. Ahora ambos miran el techo. Ninguno dice nada. Todavía les queda un rato más en la habitación, pero parece poco probable que sigan intentando. La cabeza de Martín se llena de fantasmas, y piensa si a Gricel le gustaría que él se ofreciese a chuparle la concha. Decide no hacerlo. Grisel comienza a vestirse.

Salen a la calle. Tienen hambre, pero saben que no cenarán juntos. Martín mira a Gricel y luego mira el piso. Ella parece mirar a ninguna parte. Caminan. Desde luego no fue como esperaban, de más está decirlo. Ella interrumpe el silencio diciendo algo acerca de la facultad a la que comenzará a asistir el próximo año. Él sabe que de ahora en más, todo será distinto entre ambos. La acompaña hasta la parada del colectivo, donde ella lo despide con un tímido beso en los labios y se va. Solo y confundido, Martín camina por las calles sin rumbo. Las piernas le tiemblan. Se sienta en el banco de una plaza y mira a la gente pasar mientras los negocios de la vereda de enfrente comienzan a bajar sus persianas.