domingo, 30 de marzo de 2008

LA CIUDAD DE NOCHE


Hace frío. Presa de su lánguida resaca, una mujer abandonada revuelve el café con una cucharita de metal, dibujando círculos sobre la superficie, y la espuma se retuerce sobre sí misma en miles de nuevos espectros que se dispersan voluptuosamente desde el eje de la taza y la hacen sentir mareada.

Mira por la ventana. Son las tres y media de la mañana. Contempla el cielo y se imagina recorriendo la luna a través de un río plateado en cuyas profundidades yacen planetas extintos y espíritus solitarios que se ahogaron boca arriba, con los ojos bien abiertos para poder ver las estrellas más rutilantes antes de hundirse para siempre, alaridos desgarradores que no hicieron eco y murieron en algún arcano recodo del universo, unos pocos segundos de claridad culminante, un turbador resplandor celeste precediendo la oscuridad eterna.

Disfruta el gusto a sangre dentro de su boca, el diente partido. Hace presión con la lengua y endurece el paladar y siente cómo la sangre apenas mezclada con saliva acaricia ardiéntemente su garganta al tragar. El sabor de la sangre y el del vino tinto no son tan distintos después de todo. Una náusea. Se queda quieta pero todo fluye, como una serpiente larga y grasosa, y el río plateado que antes imaginó es ahora un mar de culebras descuartizadoras, una majestuosa pecera del tamaño de un anfiteatro cuyas aguas viscosas y profundas están plagadas de reptiles. Sus ojos están entablillados y apenas ve, pero la cercanía y el inminente ataque de los predadores es palpable. No hay nada más repugnante que la carne. Bultos y extremidades, vísceras amoratadas en descomposición, masas de huesos y grasa orlados con espinas que crecen por dentro, y el exterior se amalgama con el interior hasta estrangularlo, atravesarlo, pudrirlo, ulcerarlo, gangrenarlo.

Otro sorbo de café amargo. Una paloma abatida lucha en medio del tráfico. Su ala está lastimada, no puede levantar vuelo por más que lo intente. Los autos pasan a toda velocidad a su alrededor, ignorándola, casi rozándola. La paloma se desespera, parece un pequeño avión de juguete averiado. Nadie escucha el aleteo. Dentro de uno o dos segundos será una mancha apelmazada de plumas y tripas y sangre sobre el pavimento. Un neumático rasante le aplastará la cabeza sin más tribulaciones.

Putas roñosas desaparecen en las tinieblas, perdidas en la noche. Un perro sarnoso y desnutrido intenta comer un poco de carroña, pero los parásitos en su estómago ya no se lo permiten. Un viejo borracho se masturba contra una pared herrumbrosa y pegoteada de orina que luce ajados y descoloridos afiches con imágenes de vedettes que anuncian estrenos revisteriles de antaño. Las luces de neón de la avenida se elevan abúlicamente por sobre unas pocas sombras que caminan sin proyección y sin rumbo, el escalonado y parsimonioso suicidio de los cobardes. El viejo acaricia al perro con su mano manchada de semen amarillo y ésta se llena de lombrices. Aún falta para el clarear, mas cada amanecer es un feto muerto, son los días de nuestras vidas, una montaña babilónica de fetos muertos.

martes, 18 de marzo de 2008

GRICEL


Es casi de noche. Gricel está sentada sobre la cama. Está desnuda. Escucha los ruidos que provienen del baño. En unos minutos él saldrá y se meterá en la cama con ella, entonces su piel inmaculada quedará impregnada de olor a hormonas y perfume barato, y Gricel se pregunta si realmente era eso lo que quería. Ahora la habitación le parece vacía y lejana, aunque la asfixia y la opresión persisten dentro de sí. Por la ventana se ve la ciudad como un monstruoso océano de luces con apenas unas pocas islas de oscuridad. El viento helado endurece sus pezones, y piensa en lo que le dijeron sus amigas y en lo que ella les dirá mañana, porque al mirar a su alrededor se da cuenta de que no es como creyó que sería. Hay algo en el aire, todas esas pequeñas y extrañas partículas de incertidumbre que pronto, cuando todo comience, se desvanecerán en un torbellino de desesperación silenciosa.

El muchacho, que se llama Martín, sale del baño. Está desnudo. Ella le pide que apague la luz y él accede. Él se acuesta a su lado y se tapa con la sábana, pero su pene permanece empinado debajo en una indisimulable erección. Ambos cuerpos yacen en la oscuridad sin tocarse y con los ojos abiertos, hasta que Martín extiende su mano hacia una de las tetas de Gricel y comienza a acariciarla, dibujando pequeños círculos sobre la aureola del pezón. Luego acerca su cabeza a la de la joven y la besa en la boca, presionando sobre los labios y metiéndole la lengua hasta la garganta y cambiando continuamente de posición su cuerpo, primero arriba, después al costado; como si no encontrase una posición lo suficientemente cómoda para consumar ese preámbulo espástico. Ella permanece quieta e intenta que los besos sean más suaves. Eventualmente lo logra y eso la excita un poco, pero los bruscos movimientos de ambos hacen que su cabeza golpee contra el respaldo de la cama, por lo que intenta reacomodarse, sin darse cuenta de que el brazo de Martín está apoyado sobre su larga cabellera. El tirón la hace emitir un pequeño gruñido de dolor que su amante confunde con un gemido de placer, y ésto lo motiva a moverse más rápida y violentamente, haciendo que la cabeza de la joven impacte de lleno contra el respaldo en reiteradas oportunidades.

En la mirada de Gricel hay un dejo de resignación que, perdido en la oscuridad, nadie verá. El cuerpo de Martín está sobre el suyo, respirando entrecortada y aceleradamente en su oído, mas las voces en su propia cabeza es todo lo que escucha. Aún no se la metió, y ella espera que lo haga y que termine lo más rápido posible. Chupame le pide él, casi en un susurro. Sin ser totalmente conciente de lo que está haciendo, Gricel se arrodilla sobre la cama a la altura del pene de Martín, que yace con la vista en el techo. El pene del muchacho, que ya no está tan erecto como al principio, mide unos diecéis centímetros de largo por cuatro de ancho. Gricel se lo mete en la boca. Sabe mal pero no importa, con tal de que apure el trámite. Comienza a lamer suávemente con un poco de asco mientras lo sostiene con su mano derecha. Ya ni me importa si me acaba en la boca, piensa, mientras la punta de su lengua recorre el borde del prepucio. Más fuerte, le indica él. Ella obedece. Dejame ir arriba, ordena él con algo de indecisión. Ella se tumba sobre la cama.

Martín tarda en abrir el envoltorio plástico del profiláctico. Finalmente lo logra usando sus dientes. Sus manos tiemblan. Se lo pone del lado del revés, luego del lado correcto. La vagina de Gricel está casi seca. El primer intento de meterla es infructuoso. Se sale antes de entrar. No está apuntando bien. Ella le ayuda a acomodarlo. Él empuja con todo su cuerpo y el pene semi erecto entra sin llegar al fondo. Luego empuja más y logra endurecerlo. En ningún momento se miran a los ojos. Despacio que me duele, pide ella. Ahora sí. De nuevo la respiración entrecortada, esta vez de ambos, y no hay revelación alguna, demasiado tarde. Pronto habrá terminado. Los oscuros pezones de Gricel ya están blandos y apenas sobresalen por más que Martín siga lamiéndolos; y él mismo siente que no llega, y trata de relajar los músculos del culo pero no lo logra. Está exhausto y bañado en transpiración. Se va a salir en cualquier momento. Está nervioso. Tampoco resultó como él esperaba. Finalmente resbala y se sale. Está avergonzado. Ahora ambos miran el techo. Ninguno dice nada. Todavía les queda un rato más en la habitación, pero parece poco probable que sigan intentando. La cabeza de Martín se llena de fantasmas, y piensa si a Gricel le gustaría que él se ofreciese a chuparle la concha. Decide no hacerlo. Grisel comienza a vestirse.

Salen a la calle. Tienen hambre, pero saben que no cenarán juntos. Martín mira a Gricel y luego mira el piso. Ella parece mirar a ninguna parte. Caminan. Desde luego no fue como esperaban, de más está decirlo. Ella interrumpe el silencio diciendo algo acerca de la facultad a la que comenzará a asistir el próximo año. Él sabe que de ahora en más, todo será distinto entre ambos. La acompaña hasta la parada del colectivo, donde ella lo despide con un tímido beso en los labios y se va. Solo y confundido, Martín camina por las calles sin rumbo. Las piernas le tiemblan. Se sienta en el banco de una plaza y mira a la gente pasar mientras los negocios de la vereda de enfrente comienzan a bajar sus persianas.

GENESIS


Estudios de grabación The Farm, Londres, 1975. Ante la reciente salida de su líder Peter Gabriel; Phil Collins, Michael Rutherford, Tony Banks y Steve Hackett se encuentran debatiendo sobre quién será el próximo cantante de Genesis.

PC- Pues bien muchachos, ahora que Peter se ha ido creo que soy el más indicado para ser el nuevo cantante, no deberíamos buscar en otra parte.
MR- Ahí va de nuevo...
SH- Mira Phil, no lo tomes a mal, como batero eres un grande pero tu voz es horrible, no puedes cantar. Si fuésemos la banda de Donny Osmond vaya y pase, pero somos una banda de rock progresivo y no te da para reemplazar a Peter, sería un papelón. ¡Un papelón, por todos los cielos!
TB- Steve tiene razón, Phil. Tas hablando boludeces. No somos los BeeGees, ¿Entiendes?
MR- Deja esas ideas locas, Phil... cada vez que te sientas a componer algo te salen cancioncitas lelas que harían ruborizar al mismísimo McCartney, y ni hablar de cuando cantas. Si tanto quieres cantar, ¿Por qué no formas un dúo con Lionel Ritchie y te dejas de joder?
PC- Forros. No tienen ni idea, maldita sea. Son unos forros mala onda. Y justo que estaba por convidarles un poco de mi Arturito.
TB- Espera, imbécil... ¿Arturito dijiste? ...¿Te quedó algo?
PC- Está lleno, camarada. Sabía que lo necesitaría para momentos como éste.
SH- Nos está forreando, Tony. Mike, pásame el teléfono del dealer.
MR- Yo no lo tengo. Lo habías anotado tú en tu agendita verde, ¿Recuerdas?
SH- Oh sí, lo llamaré, ¿Dónde está la agenda? Yo no la tengo.
MR- Yo tampoco.
TB- A mí no me mires.
SH- ¡Maldición Phil, basta de juegos, dame la maldita agenda!
PC- Jajajaja, ¿Y piensas que la tendrás así de fácil? Inténtalo de nuevo, amigo.
MR- ¿Qué quieres Phil? ¿Acaso no te alcanza con cantar un par de temas por álbum? ¿Qué demonios pretendes?
TB- Ok, tú ganas. Tres canciones en el próximo LP más los lados B de los próximos dos singles.
PC- Jajajajajaja, patrañas. Estás loco si piensas que te la daré a cambio de eso, Tony. No me tomen por salame.
TB- ¿Y tú qué propones?
PC- Los próximos cuatro singles. Nada más que eso. Lados A.
SH- ¿Estás loco? Tenemos una reputación que mantener, ¡Venimos de hacer The Lamb Lies Down On Broadway, Dios santo!... no aceptaremos tu mierda, Phil. Además, Genesis nunca ha sido una banda de singles, nunca ha sido una banda de pop y nunca lo será. Ni lo pienses.
PC- Bueno, entonces olvídate de merquearte el naso esta noche, pescado. Olvídense los tres.
TB- Che Steve...
SH- ¡No, Tony, olvídalo, no nos vamos a vender por un maldito Arturito, por el amor de Dios!
MR- Pfffff.... tsé...
TB- (en voz baja) El rock progresivo se esta yendo a la mierda, entérate puto...
SH- ¿Qué?
TB- Nada, nada...
SH- Caracoles... no puedo creer que sean tan cretinos.
PC- Tony tiene razón, Steve... no seas tan obtuso... ahora están apareciendo todos esos punks, necesitamos un cambio, maldición.
MR- Phil tiene razón Steve...los punks nos van a culiar.
SH- ¡¡¡¡¿¿Y tú te piensas que con el mentecato este cantando sus mariconadas nos van a pegar menos??!!! ¡¡¡Rayos, no son más que dos rufianes merqueros despreciables, por el amor de Dios!!!
MR- Rescátate Steve, no te hagas el careta.
TB- Ya fue Steve, tendremos que votar... ¿Quién vota por que cante Phil?
PC- ¡Yo!
MR- ¡Yo!
TB- Y yo... tres a uno. Alpiste perdiste, Steve.
SH- ...
TB- Ahora sí Phil, venga ese Arturito.

Dos horas después

MR- Rayos al decir verdad Peter nunca me ha caído del todo bien con esos disfraces que se ponía si quieres que te diga la posta me parecía un arrogante un maldito puto arrogante dicen que una vez se la chupó a un ciruja porque creía que la guasca tenía LSD y otra cosa que no me gusta es el sonido del mellotrón y sé que en otro estado no lo diría pero es así no me cabe en absoluto ya sé sorpréndanse malditos pero es así y en realidad a mí ustedes me importan tres carajos esta banda me importa tres carajos voy a formar mi propia banda demonios y se llamará Mike And The Mechanics que es un nombre que se me acaba de ocurrir además los mecánicos siempre me han caído bien oh sí recuerdo uno que era de Sheffield sí de ahí era bueno la cosa es que
PC- Muchachos, ya tengo estribillo del próximo single - ¡¡¡Suuuuu...Su, su, sudioooooo0o0o0o0o!!!!
TB- ¡Grandioso! Aún lo tienes, Phil.
SH- ¡Por todos los cielos Phil, estúpido troglodita!
MR- Sssshhhnnnnffffffaaaaaaaaaaaahhhhhhh*"&/?¡*%#="!#@#"$%#$
TB- Je... oye Mike, ¿Te encuentras bien?...
PC- Jajajajaja
MR- ¿Y tú de qué te ríes pelado sarasa?
PC- De tu cara de puto.
MR- Masajéame el escroto, pelele... ¡Che Tony, dale guacho rescátate, dame eso que ya te has dado como veinte nariguetazos, te vi maldito, tas dele mandibulear, eres un tirano!...
TB- No te ortives, Mike. Báncala un toque.
SH- Bueno entonces quedamos así Phil, acuérdate que esto es sólo por cuatro singles, no te hagas el boludo, después volverás a la bata sin chistar.
PC- Cuenta con ello, Steve. Cuenta con ello.

lunes, 17 de marzo de 2008

LOS AMANTES


Dos amantes yacen sobre una cama incómoda en un motel barato. Ella lo mira a él y se preguntá para qué. El la mira a ella y ve la muerte en sus ojos. Son amantes desde hace años. En algún momento estuvieron dispuestos a dejar a sus respectivas familias para iniciar una vida juntos, pero nunca lo hicieron. Ahora son sólo dos cadáveres transpirados que intentan en vano. Las escapadas se han convertido en una rutina más insoportable que sus propios matrimonios. Él siempre ha sido un perdedor y un mentiroso, y lo que más le duele a ella es que lo supo desde un principio. De cualquier manera eso ya no importa.

Él la mira y ve el maquillaje corrido y las arrugas y las tetas caídas y los colgajos de sus piernas abiertas. Ella lo mira y ve su calva y su panza peluda y su pene fláccido. Ambos intentan no mirar el techo espejado para no verse juntos, dos cerdos fofos revolcándose por debajo de sábanas amarillentas. En otro tiempo eran felices y hacían planes, pero luego se fueron dando cuenta de que no eran más que dos extraños. Él toma vino. Ella fuma.

Él se acerca a ella con su aliento horrible. Ella no quiere besarlo. Él le pide que le dé sexo oral. Ella comienza a chupar, mirando hacia arriba y viendo la cara de goce del hombre. Él está a punto de acabar pero de repente su cabeza estalla y todo se ve borroso y siente que se desmaya. Ella escupe el pedazo de glande sin dejar de mirarlo. Su boca está llena de sangre. Él la agarra de los pelos y estrella su cabeza contra la pared, dejando sobre la misma una mancha de sangre de ambos. Ella agarra sus testículos e intenta arrancárselos. Él la patea en el estómago con todas sus fuerzas, derribándola.

Ella está desmayada. Él se sirve una copa de vino. El dolor es insoportable. Su pene late de tal manera que parece a punto de estallar. Mira a la mujer cuya cara está desfigurada. La alza y la arroja sobre la cama. Ella se despierta. Él le sirve una copa de vino. Ella prueba el vino, pone cara de asco, lo mira y dice:

-Siempre fuiste un tacaño.

jueves, 13 de marzo de 2008

DESTELLOS


Nunca olvidaré esas vacaciones. Y no por algo concreto, sino por otras cosas por demás insignificantes que, aunque ignore el motivo, yacerán para siempre en los recovecos de mi mente. Pequeños objetos, lugares, olores, colores, sensaciones, y aquel verano que no prometía demasiado. No era feliz en ese entonces, aunque tampoco todo lo contrario. Recuerdo el viaje en ómnibus, y la brisa de la hora de la siesta acariciando mis mejillas y mis ojos arenosos. Había sol y hacía calor y humedad. No esperaba que hubiese mucha gente, eran los últimos días de marzo. Mi tía trabajaba en un hotel y me había ofrecido ir esa semana. Cansado del ajetreo de la ciudad, acepté el ofrecimiento. El hotel, que yo no conocía, estaba a una cuadra de la playa y a un kilómetro del pueblo. Era una playa alejada.

Al llegar a la estación, apenas vi gente. Las calles aledañas estaban desiertas. Entré a un bar. La mujer que atendía era gorda y parecía cansada. No había nadie más en el lugar. Las paredes transpiraban. Pedí una cerveza y un sándwich. Al morder el sándwich, sentí cómo la carne se deshacía dentro de mi boca, y la sangre manchó mi mentón. Estaba cruda. Sentí asco. Intenté llamar a la mujer, pero no estaba. Decidí esperarla. Me dolía la cabeza y tomé dos cafiaspirinas. Tenía ganas de ir al baño, pero me aguanté. Pasó media hora y la mujer no volvía. Finalmente me cansé de esperar, dejé la plata sobre la mesa y volví a la estación, donde tomé un taxi hasta el hotel. El taxista me preguntó de dónde venía. Me dijo que en esa época del año apenas había gente en la calle. Que las noches eran frescas. Que a veces se sentía solo. Que no conocía el hotel de mi tía, pero que sabía cómo llegar. Le dije que estaba bien.

Al llegar al hotel, comprendí por qué no era muy conocido. No parecía un hotel. Las calles, que eran de tierra, iban en subida y las casas eran altas. El hotel era una de esas casas. Para llegar a la entrada había que subir por una larguísima y enmohecida escalera de mármol que atravesaba una vegetación densa. Desde arriba se podía ver toda la playa. Era una casa vieja de estilo victoriano, algo descuidada pero imponente, tras la cual se erigía un bosque tropical cuyos árboles, en las zonas más alejadas, llegaban a medir cincuenta metros. En el jardín de la entrada había una piscina y una glorieta con mesitas de té. Me dirigí hacia la puerta, que estaba flanqueada por dos columnas de mármol. En la recepción me atendió una mujer muy alta. Tenía no más de cuarenta años y una mirada ausente. Me preguntó con una voz monocorde y desanimada si había venido solo. Le dije que sí y le hablé sobre mi tía. Me dijo que mi tía había tenido que ir al pueblo vecino para realizar unos trámites y que volvería en un par de días, pero que de todas formas no había problema en que ocupase una habitación. De nuestras sesenta habitaciones sólo tres están tomadas; así que, imagínese, no hay problemas de disponibilidad, me dijo. Miré la lujosa araña de bronce que colgaba del techo, podrida por la humedad y a punto de desprenderse.

La casa tenía tres pisos y era oscura debido a la espesa vegetación que la rodeaba. Elegí una habitación en el tercer piso, que estaba vacío. Atravesé un espacioso corredor sobre cuya pared habían colocado suntuosos espejos. Algunos estaban notablemente corroídos por el relente. Noté que no eran todos del mismo tamaño, y que algunos ángulos disparaban reflejos hacia el infinito. El piso lucía una gastada alfombra color bordó. El techo era alto y exhibía enormes manchas verdes. Antes de entrar a la habitación, miré a mi alrededor por ambos lados del pasillo. Silencio.

La habitación era grande. Las paredes eran grises y por la ventana, que tenía vista al bosque, se colaban enormes enredaderas y algunos insectos. Intenté consultar por una habitación que tuviese vista al mar, pero la mujer alta estaba afuera, hablando con un hombre que salía de la piscina. No había visto a ese hombre cuando entré a la casa. Miré mi reloj. Eran las ocho de la noche. Decidí ir a comer al pueblo. Bajé a la playa y alquilé una bicicleta. Pedaleando por la ruta, escuché el canto de los grillos y el delicado rugido del mar iluminado por la luna. Diez minutos más tarde, estaba en el pueblo.


Dejé la bicicleta por ahí. Caminé por las calles vacías. Parecía un pueblo fantasma. Una suave brisa soplaba desde el mar. A lo lejos, el bosque se divisaba como una enorme masa negra. En una esquina había dos chicas. Las miré y me miraron. Las dos tenían cabello negro y largo y llevaban un vestido amarillo. Al acercarme más, me percate de que eran gemelas. Les pregunté si sabían de un lugar para cenar. Me dijeron que a esa hora ya estaba todo cerrado, aunque apenas eran las nueve de la noche. Me invitaron a una fiesta en el bosque. Fuimos caminando y nadie habló. A medida que nos acercábamos al bosque todo se tornaba azul. Las caras de ambas jóvenes adquirieron un brillo blanco enceguecedor. Y nadie habló.

Lo que pasó entonces permanece como una laguna en mi mente. Recuerdo las cosas más abstractas, aunque creo que en un momento jugamos a las escondidas entre los árboles y escuché el eco de sus risas, pero todo eso es una suposición. El resto de las vacaciones fue un languidecer perturbador. Mi tía volvió y me mudé a otra habitación. Por las noches bajaba a la playa y contemplaba en silencio la inmensidad del mar, espejo majestuoso hasta para la más débil y solitaria estrella del universo. Intenté reconstruir los hechos, pero era como un cuerpo enterrado en una tumba perdida. Sólo de vez en cuando, allí donde las palabras se desvanecen en una melancolía infinita, creo volver a percibir los mismos olores y escapadas fugaces que me remiten a aquella noche, en el polvo que hay en el aire, la podredumbre que de a poco se adueña de mi cuerpo sin que sea consciente de ello, los objetos que me rodearán cuando deje de existir y seguirán estando cuando ya no esté, y aquellos que dejaran de existir antes que yo, pero en realidad nada deja de existir; y siempre se vuelve a los lugares por los que no se volvió a pasar nunca más, allí donde apenas se perciben reflejos, destellos inalcanzables en medio de la oscuridad de las profundidades del alma.

jueves, 6 de marzo de 2008

LLUVIA DE VERANO


Un aborto. Gloria nunca había pensado que podía ocurrirle a ella, justo a ella. Se lo había hecho un viejo degenerado con parkinson que atendía clandestinamente en un pequeñísimo departamento de Barracas lleno de cucarachas, una agobiante tarde de febrero de 1974. Luego de pasar algunas horas recostada sobre un catre cuyo escuálido colchón lucía vetustas manchas de fluidos corporales ajenos, salió a la calle y tomó un taxi. La sangre chorreaba por sus piernas y ensuciaba el tapizado, pero el taxista estaba demasiado ocupado mirando los culos que pasaban por la avenida y no fue sino hasta después de que la joven se bajara del auto que se dio cuenta, cuando se percató del reguero de sangre que su pasajera iba dejando sobre la vereda del edificio donde vivía. El viejo ascensor tardó en llegar. Una vez en su departamento, el 5to A, Gloría se dejó caer cuidadosamente sobre la cama de dos plazas que no compartía con nadie.

Estaba todo el día sola y el calor en la ciudad era infernal. Era un edificio viejo y el sistema de ventilación no enfriaba lo suficiente. Las horas pasaron. Ya había oscurecido y la pérdida de sangre había menguado, pero la angustia aumentaba. Los ruidos del tráfico se colaban por la ventana de la habitación, cuya iluminación era de un tono amarillento. Apagó la luz pero no pudo dormir. No solía dormir boca arriba, pero boca abajo hubiese sido riesgoso. En la oscuridad, mantuvo los ojos abiertos y contempló las sombras de la noche proyectándose sobre la pared. Las sábanas estaban transpiradas y un poco ensangrentadas, y por un momento pudo dormir y soñó que tenía cinco brazos.

Se despertó sobresaltada a las 5:15. Tenía la garganta seca. Con mucho cuidado, se incorporó y caminó como pudo hacia el living. Sobre la pared había un gran espejo de cuerpo entero. Se contempló a sí misma durante varios minutos, y todo lo que pudo ver fue su sombra en medio de la oscuridad y el camisón manchado con sangre, un pedazo de esa nada negra traspasando su cuerpo. De repente, un enorme relámpago dividió el cielo en dos, iluminando la noche en la ciudad solitaria y lejana, y el plácido sonido del trueno desató la lluvia. Era un diluvio de verano. Gloria tomó el ascensor, luego subió a pie las escaleras del último piso. Fue a la terraza y miró al cielo, dejando que el agua cayera sobre su cara y acariciara sus párpados. Luego miró hacia atrás y vio un sapo. Lo tomó entre sus manos y lo acarició, y recordó las lluvias de su infancia y los sapos del jardín, y el olor de la merienda y las miradas de los extraños en la calle en los días grises.

Miró su vientre y volvió a ver aquellas manos más grandes que las suyas tomándola por la cintura, y el aliento rancio a vino tinto y la transpiración y la ausencia de palabras en una amenaza implícita. Se sintió mareada y vomitó. La lluvia se llevó el vómito y lo arrastró hasta hacerlo desaparecer. Miró a su alrededor, las luces de la ciudad estaban lejos, a su alrededor no había más que ventanas oscuras. Probablemente la estuvieran mirando desde alguna de esas ventanas, pero era imposible tener la certeza. Nadie enciende la luz para espiar de noche.

martes, 4 de marzo de 2008

EL AMANTE HARAGÁN


Andrés lamía incesantemente el sexo de Joanna. Este, que en un principio había estado mojado por la emisión de flujo, ahora estaba vagamente húmedo, y hubiese estado totalmente seco de no ser por la lengua de su joven amante, que desde hacía un buen rato se movía en vano dentro de una boca pastosa y ya casi seca. Andrés lamía y lamía. Joanna no aguantó más y lo interrumpió, plegando sus piernas.

-Che… creo que ya fue.
Andrés se arrodilló sobre la cama, frustrado.
-La verdad no sé qué pasa, hace como quince minutos que te estoy chupando, ¿Qué onda? ¿Te cuesta mucho acabar?
-No es eso.
-¿Qué es entonces?
-No sé… siento como que lo hacés de una manera muy mecánica, ¿Me explico?
-Mmmmm…
-Mirá, por empezar, ¿Sabés dónde tengo el clítoris? Mirá, es acá.
Joanna volvió a abrir sus piernas y se señaló el clítoris.
-Además, parece como si no lo disfrutaras. Se supone que tenés que jugar un poco, qué sé yo… hacé círculos con la lengua, explorá, no sigas haciendo el mismo movimiento a no ser que yo te diga, y no uses sólo la punta de la lengua; además podés ir cambiando la presión y la velocidad con la que me chupás, ojo, sin hacerme doler, igual yo te voy a ir diciendo; y empezar chupando por los costados, en el surco que hay entre acá y acá alrededor de la vagina, y también por sobre el clítoris pero sin tocar de lleno, ¿Ves, acá, donde empieza la montañita? Bueno, ahí.
-Ajá…
-Y otra cosa: abrí los ojos ¿O te desagrada mi concha?
-No es eso. Es que trato de concentrarme…
-Esa es la cuestión, lo ves como si fuera un trabajo, como si estuvieses arreglando un aparato. Yo no soy un robot, Andrés. No soy un robot. Si lo ves así nunca te vas a relajar, y yo noto cuando no te relajás.

-¿En serio lo notás? Sorry, disculpá, bah qué sé yo. Ahora ya se me fueron las ganas.
-¡Pero si ni tenías ganas, nene! ¡Lo único que querías después de acabar vos era dormir! ¡Te dije que prefiero empezar con esto antes, pero vos no te podés controlar y encima acabás al minuto y medio!

De repente, golpearon la puerta. Era la madre de Joanna, con el desayuno.

-¡Mierda, si mi vieja nos descubre me mata! Rápido, vení, escondete entre mis piernas.
-¿Ahí querés que me esconda?
-¡Sí boludo, dale! Así de paso te familiarizás un poco con lo que es el cuerpo de una mujer…

Andrés se estiró sobre la cama y Joanna abrió las piernas todo lo que pudo. Lubricó su vagina con un poco de gel medicinal Vick Vitapyrena, lo único que tenía a mano. Primero entró la cabeza, luego los hombros. Lentamente y a los empujoncitos, la joven fue introduciendo el cuerpo púber de su inexperto amante dentro de su propio cuerpo. Una vez adentro, Andrés escuchó resonar la dulce voz de quien lo resguardaba en sus entrañas.

-Está bien, no es necesario que te quedes en posición fetal, no me duele tanto. Yo te aviso cuando puedas salir.
- ¡Ok!

Andrés se puso de pie y comenzó a caminar. Estaba todo oscuro y húmedo. Hacía calor y olía raro. Le pareció estar dentro de una enorme y extraña gelatina. Los ruidos provenían de todas partes. Zumbidos, puntadas. Pero la oscuridad era total. Se tropezó con algo que no alcanzó a distinguir. Más que una enorme gelatina, aquello se asemejaba a un bosque, un bosque cuyos árboles eran tan majestuosos que ninguna luz podía penetrarlos. Tuvo la impresión de estar caminando barranca arriba. El horizonte era indiscernible y por lo tanto no sintió claustrofobia, mas el paisaje era bien distinto al que él había imaginado. Gritó el nombre de Joanna, pero no obtuvo respuesta. Buscó la abertura por la que había entrado, pero no la encontró. Estaba perdido. Toda noción del tiempo se desvaneció y sus ojos estaban abiertos, aunque hubiese sido lo mismo mantenerlos cerrados. Se preguntó si ser enterrado vivo sería similar a lo que estaba viviendo. Se desesperó. Siguió llamando a Joanna, pero la joven nunca respondió. Siguió caminando. Probablemente sólo había caminado algunos metros, probablemente habían sido kilómetros; pero estaba seguro de no haberlo hecho en círculos, ya que cada vez más cerca se escuchaba el correr del agua, o algún otro líquido. Sus dedos ya no se sentían como dedos. Tampoco estaba seguro de sus pies. Quizá en el transcurso de su recorrido había dejado de ser humano.

Quizá ya no soy humano, entonces ya no estoy solo, pensó. No soy un extraño ante todo lo que me rodea, que sigo sin saber qué es pero que ahora siento más cerca. Yo soy parte de esto, sabiendo que en algún otro momento no lo fui. Sigo siendo conciente de eso, al menos por el momento. No lo olvidé y desde luego no estoy soñando. No sé cuánto tiempo ha pasado, ya todo parece tan lejano a mí, y difícilmente pueda importar ahora. Pero aun recuerdo que hay algo allá afuera, algo a lo que quizá pueda volver, mas eso ya no depende de mí.

Sin pensar más, se dejó abrazar por un sueño bello y profundo, y se quedó dormido.